
“Hace 46 años ininterrumpidos que soy calesitero, casi cinco generaciones”. Recuerda y ríe Antonio Barchuk, que desde 1960 recorre el país con su calesita a cuestas. En 1992 compró la calesita de Colegiales, pegada a las vías del tren, donde permanece hasta hoy, ya sin viajes. Una investigación de la Secretaría de Cultura de Buenos Aires relevó 52 calesitas que siguen funcionando en la Capital Federal. Desde principios de siglo llegaron a casi todos los barrios porteños: baldíos, plazas y terrenos ferroviarios fueron escenarios de sus vueltas, y sus viajes de fantasía. Los calesiteros, padres, vecinos, y ruidosos chicos, mantienen viva la historia de un juego imborrable de la primera infancia de los porteños. Pasado y presente de las calesitas en la ciudad.
Colectivos y biromes
La denominación “calesita” es argentina. Deriva de la expresión “vamos a jugar a las calesas”. De ahí, al “calesero” y al “calesitero”, hasta llegar a la “calesita”. La pera y la sortija son de autoría porteña. Quien logra alcanzarla tiene como premio una vuelta gratis. En internet se pueden comprar varios artículos de las calesitas. Una sortija cuesta entre 50 y 150 pesos, según su estado; un caballo tallado en madera, alrededor de 600 pesos, y hasta diez boletos capicúas, de calesitas, a sólo 9 pesos.
Colectivos y biromes
La denominación “calesita” es argentina. Deriva de la expresión “vamos a jugar a las calesas”. De ahí, al “calesero” y al “calesitero”, hasta llegar a la “calesita”. La pera y la sortija son de autoría porteña. Quien logra alcanzarla tiene como premio una vuelta gratis. En internet se pueden comprar varios artículos de las calesitas. Una sortija cuesta entre 50 y 150 pesos, según su estado; un caballo tallado en madera, alrededor de 600 pesos, y hasta diez boletos capicúas, de calesitas, a sólo 9 pesos.
Buenos Aires: Ciudad de las calesitas
La primera calesita llegó al país en 1867. Se ubicó en lo que hoy es Plaza Lavalle, entre el Teatro San Martín y Tribunales. “Me parece hermoso oír la risa de los chicos cerca de mi ventana”, la defendió el Presidente, Domingo Faustino Sarmiento, cuando la policía quiso desalojarla. Las primeras calesitas en la ciudad fueron itinerantes. La dura legislación las convirtió en blanco de inspecciones que las llevaron a mudarse continuamente, y a ocupar terrenos. Por esta razón los calesiteros decidieron agruparse, en 1928 se creó la Sociedad Unión de Propietarios de Calesitas. El destino errante de las calesitas y su aspecto están emparentados con el del circo. Su oficio también se trasmite a través de las generaciones.
Antonio Barchuck tenía 13 años cuando trabajaba en un bar y una parada de diarios, en la localidad de Tapiales: “Yo prácticamente me crié en la calle. Mi padre falleció cuando tenía tres años. Tenía que salir a ganarme el mango”. Conoció a varios calesiteros de origen español, que atendía como clientes del bar, y lo invitaron a subir por primera vez a una calesita. “A los 18 años vendí la parada de diarios y me compré mi primera calesita, en el barrio de Flores”, recuerda Antonio. Desde ese día recorrió decenas de pueblos con su camión Chevrolet 47. “Cada mes, cada mes y piquito nos mudábamos. Era chico y no me quería quedar quieto, me gustaba andar”. Cuando el invierno llegaba regresaba a su casa de San Justo y en septiembre volvía a las rutas.
En cuatro oportunidades Antonio trabajo en la Rural contratado por una casa de artículos para chicos: “Trabajaba de nueve de la mañana a nueve de la noche. Volvía tan cansado a mi casa que en una oportunidad mi madre me escuchó hablar dormido: ¡Chicos quédense quietos, no se muevan!”
Las calesitas en el tiempo
1648 - Primer testimonio de una calesita en Constantinopla. “Un enorme plato de madera con caballos del mismo material que giraba sobre sí mismo”.
1662- Luis XIV organiza un gran espectáculo de juegos: “Le Grand Carrosel”.
1673- Se realiza la primera patente de una calesita: “con fines de diversión y para la instrucción en el arte de montar a caballo”.
1818- Alemania: se inaugura el Oktoberfest con una calesita como atracción principal.
1855- Francia: primera calesita adaptada a pedales. “Tracción a cliente”.
1867- Calesita pionera en el país, en los terrenos de lo que hoy es el Teatro Colón.
1870- El vapor es utilizado por primera vez para hacer girar las calesitas.
1891- Primera calesita industria argentina.
1920- Aparece el motor eléctrico que reemplaza al vapor.
1922 Primera calesita argentina a bicicleta.
1928- Primer gremio de calesiteros en el país: Sociedad Unión de Propietarios de Calesitas.
1943- La firma Sequalino Hnos fabrica el primer carrusel argentino.
1946- El primer carrusel argentino se instala en el Zoológico de Buenos Aires.
1953- Cátulo Castillo y Mariono Mores le ponen letra y música al tango “La calesita”, inspirados en la que se encuentra en Plaza 1º de Mayo.
1996- El calesitero José Sciarrota, “Don Pepe” es nombrado Ciudadano Destacado por el Consejo Deliberante de la Ciudad. Su calesita es, desde entonces, la única gratis de la ciudad.
2002- 26 calesitas son declaradas patrimonio cultural porteño.
2004- Nace la Fundación de “Calesitas Porteñas”.
El estilo argentino
Las calesitas pronto llenaron todos los rincones de la ciudad, musicalizaron las plazas con tangos y música de organito. En tiempos en que la electricidad no llegaba a todos los barrios las calesitas eran movidas por un caballo. Comenzaba a caminar con la música y frenaba sólo al acabar el compás.
La primera calesita construida en el país comenzó a girar en 1891. En la calesita los caballos de madera permanecen quietos mientras que en los carruseles suben y bajan. Esta es la principal diferencia aunque se nombren indistintamente. El primer carrusel fue fabricado por la firma Sequalino Hnos, de Rosario, en 1943; tres años después pasó al jardín zoológico de Buenos Aires. La pieza todavía se conserva. El cuento de Rodolfo Dan “Los tres chanchitos y el lobo feroz” fue el motivo que decoró las doce caras del biombo.
La misma firma fue la encargada de fabricar muchas de las calesitas que siguen funcionando hasta hoy: “Y las mejores de todas”, dice Antonio. Esta empresa familiar fue la primera fábrica de calesitas del país. El primer tallador de caballos de madera fue Carlos Alberto Di Gregorio, en 1936, que le dio más realismo a las escultoras cuando decidió quitar a sus caballos los ojos saltones, característicos de los corseles europeos.
Los trabajos se realizaban artesanalmente, igual que hoy: “En los 60 mis hermanos tenían un taller de carpintería; éramos cuatro: dos carpinteros, uno pintaba y yo hacía la mecánica”, dice Antonio que sigue pintando y arreglando la calesita por su cuenta. En aquel momento se utilizaba cedro para los caballos que luego fue reemplazado por la fibra de vidrio. Los biombos se decoraron con el típico filete porteño, motivos circenses y carnavalescos, espejos y personajes de Walt Disney. Aviones, cisnes, leones y caballos fueron los motivos que adornaban el juego en las primeras épocas. De aspecto circense, una enorme lona recubría el plato que giraban con música de organitos.
Los personajes de García Ferré, Anteojito e Hijitus, también tuvieron su lugar en la decoración de las calesitas de la ciudad. En el Parque Los Andes, Sergio del Carpo, quién adquirió la calesita en 1979, le introdujo una innovación peculiar: en el biombo pintó reproducciones de cuadros famosos, con el nombre de la obra y su autor, alternados con dibujos infantiles, y en la cenefa (el plato de arriba) reprodujo las historietas de Mafalda, junto a una inscripción que dice: “Gracias Quino”, que el mismo autor supo saludar con agrado.
“La sortija es un invento argentino”, sentencia Antonio con orgullo. La pera y la sortija parecen devenir del antiguo uso que se le daba al juego con fines de instrucción equina. Los participantes giraban en sus caballos y, con una lanza, intentaban tomar los aros que colgaban por fuera del plato. En los años treinta la sortija ya era una atracción de las calesitas argentinas. Quién saca la sortija tiene como premio una vuelta gratis y la admiración de sus compañeros de viaje. “Trato de que más o menos todos los chicos la saquen, y el que no la saca, porque es pequeño, se la alcanzó con la mano. Todos: ricos, pobres, chicos, medianos”, este es el criterio de Antonio, que sigue haciendo este trabajo él mismo y es el que más disfruta.
Vueltas por el mundo
“Un enorme plato de madera con caballos del mismo material que giraba sobre sí mismo”, así describió en 1648, un viajero inglés, Moucanys, el entretenimiento que los pobladores de Constantinopla llamaban “Maringiak”. Una obra alemana del siglo XVII también testimonia la existencia del aparato. Existe además un grabado del siglo IV, del Imperio Bizantino, en el que se ven jinetes que se balanceaban en cestos unidos a un palo central, imagen que se emparentó con el origen de las calesitas.
En 1662 Luis XIV organiza una gran fiesta popular a la que llaman “Le Grand Carrousel”, donde la atracción principal era un carrusel, entre los demás juegos. Luego de la revolución francesa, durante el Directorio, la calesita deja de ser patrimonio aristocrático para convertirse en un entretenimiento popular. La primera patente del invento, registrada en 1673 por el inglés Rafael Foliarte, dice: “Con fines de diversión y para la instrucción del arte de montar”. Las calesitas inglesas, a diferencia de las que se hicieron en la argentina, giraban en dirección de las agujas del reloj para simular el modo correcto de montar a caballo.
A mediados del S XIX, Michaux le adapta bicicletas a la calesita de Sirac, en Francia. Los clientes pedaleaban y daban movimiento al engranaje. Anteriormente las calesitas eran tiradas por un caballo. En 1870 se utiliza por primera vez la fuerza del vapor para moverlas, y su fabricación empieza a masificarse. En 1920 comienzan a adaptarse motores eléctricos en reemplazo del vapor.
Las calesitas hoy
En una nota publicada por el diario Clarín, en 1981, el periodista se lamenta: “Sólo quedan 24 calesitas en las plazas porteñas”. Un relevamiento de la Dirección General de Patrimonio, para la Secretaria de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, relevó 52 calesitas en toda la capital, incluyendo aquellas que no están ubicadas en una plaza. Tras un intento de subasta pública, 26 de ellas fueron declaradas como patrimonio cultural de la ciudad para garantizar su preservación, todas ubicadas en plazas y parques, quedando las restantes sin protección estatal. Esa es la situación de la calesita de Antonio: “Jamás, nunca tuve apoyo del gobierno”.
Las calesitas no sólo resisten al olvido del Estado, también al deterioro del tiempo y a los cambios en los gustos de los chicos. “Antes venían chicos de hasta doce años, y ahora capaz que un chico de seis ya no quiere más calesita”, reflexiona Antonio sobre el presente. Además, las calesitas por quedar desprotegidas son víctimas de ataques nocturnos: “Si no hay nadie que las cuide las roban y las rompen. En varias oportunidades les han prendido fuego”. La dificultad para la cesión de terrenos también contribuyó a que las calesitas, cada vez más, ocupen lugares marginales en los barrios.
En 1992 Antonio Barchuk compró, en 24 mil dólares, la calesita de Colegiales, ubicada a metros de la estación. Los chicos mientras dan vueltas también señalan entusiasmados el paso del tren. “Él (Eladio Rodríguez) falleció y su señora no la quería más, no podía hacerse cargo. Era mí amigo, acepté, y se la compré”, dice Antonio acerca de su llegada al barrio, “Viene mucha gente que paseó en esta calesita cuando eran chicos, y ahora traen a sus hijos. Es muy lindo, es una gran familia”. En muchos casos los calesiteros fueron los verdaderos custodios del juego y de este oficio, que supieron transmitir de generación en generación.
Muchas de las calesitas ya no están, y otras se mantienen con esfuerzo en un mundo que parece girar más rápido que sus posibilidades. Para Antonio vale la pena: “Hace 46 años que tengo calesita, y hoy no es muy rentable. A pesar del cansancio, todavía las disfruto”.
Antonio Barchuck tenía 13 años cuando trabajaba en un bar y una parada de diarios, en la localidad de Tapiales: “Yo prácticamente me crié en la calle. Mi padre falleció cuando tenía tres años. Tenía que salir a ganarme el mango”. Conoció a varios calesiteros de origen español, que atendía como clientes del bar, y lo invitaron a subir por primera vez a una calesita. “A los 18 años vendí la parada de diarios y me compré mi primera calesita, en el barrio de Flores”, recuerda Antonio. Desde ese día recorrió decenas de pueblos con su camión Chevrolet 47. “Cada mes, cada mes y piquito nos mudábamos. Era chico y no me quería quedar quieto, me gustaba andar”. Cuando el invierno llegaba regresaba a su casa de San Justo y en septiembre volvía a las rutas.
En cuatro oportunidades Antonio trabajo en la Rural contratado por una casa de artículos para chicos: “Trabajaba de nueve de la mañana a nueve de la noche. Volvía tan cansado a mi casa que en una oportunidad mi madre me escuchó hablar dormido: ¡Chicos quédense quietos, no se muevan!”
Las calesitas en el tiempo
1648 - Primer testimonio de una calesita en Constantinopla. “Un enorme plato de madera con caballos del mismo material que giraba sobre sí mismo”.
1662- Luis XIV organiza un gran espectáculo de juegos: “Le Grand Carrosel”.
1673- Se realiza la primera patente de una calesita: “con fines de diversión y para la instrucción en el arte de montar a caballo”.
1818- Alemania: se inaugura el Oktoberfest con una calesita como atracción principal.
1855- Francia: primera calesita adaptada a pedales. “Tracción a cliente”.
1867- Calesita pionera en el país, en los terrenos de lo que hoy es el Teatro Colón.
1870- El vapor es utilizado por primera vez para hacer girar las calesitas.
1891- Primera calesita industria argentina.
1920- Aparece el motor eléctrico que reemplaza al vapor.
1922 Primera calesita argentina a bicicleta.
1928- Primer gremio de calesiteros en el país: Sociedad Unión de Propietarios de Calesitas.
1943- La firma Sequalino Hnos fabrica el primer carrusel argentino.
1946- El primer carrusel argentino se instala en el Zoológico de Buenos Aires.
1953- Cátulo Castillo y Mariono Mores le ponen letra y música al tango “La calesita”, inspirados en la que se encuentra en Plaza 1º de Mayo.
1996- El calesitero José Sciarrota, “Don Pepe” es nombrado Ciudadano Destacado por el Consejo Deliberante de la Ciudad. Su calesita es, desde entonces, la única gratis de la ciudad.
2002- 26 calesitas son declaradas patrimonio cultural porteño.
2004- Nace la Fundación de “Calesitas Porteñas”.
El estilo argentino
Las calesitas pronto llenaron todos los rincones de la ciudad, musicalizaron las plazas con tangos y música de organito. En tiempos en que la electricidad no llegaba a todos los barrios las calesitas eran movidas por un caballo. Comenzaba a caminar con la música y frenaba sólo al acabar el compás.
La primera calesita construida en el país comenzó a girar en 1891. En la calesita los caballos de madera permanecen quietos mientras que en los carruseles suben y bajan. Esta es la principal diferencia aunque se nombren indistintamente. El primer carrusel fue fabricado por la firma Sequalino Hnos, de Rosario, en 1943; tres años después pasó al jardín zoológico de Buenos Aires. La pieza todavía se conserva. El cuento de Rodolfo Dan “Los tres chanchitos y el lobo feroz” fue el motivo que decoró las doce caras del biombo.
La misma firma fue la encargada de fabricar muchas de las calesitas que siguen funcionando hasta hoy: “Y las mejores de todas”, dice Antonio. Esta empresa familiar fue la primera fábrica de calesitas del país. El primer tallador de caballos de madera fue Carlos Alberto Di Gregorio, en 1936, que le dio más realismo a las escultoras cuando decidió quitar a sus caballos los ojos saltones, característicos de los corseles europeos.
Los trabajos se realizaban artesanalmente, igual que hoy: “En los 60 mis hermanos tenían un taller de carpintería; éramos cuatro: dos carpinteros, uno pintaba y yo hacía la mecánica”, dice Antonio que sigue pintando y arreglando la calesita por su cuenta. En aquel momento se utilizaba cedro para los caballos que luego fue reemplazado por la fibra de vidrio. Los biombos se decoraron con el típico filete porteño, motivos circenses y carnavalescos, espejos y personajes de Walt Disney. Aviones, cisnes, leones y caballos fueron los motivos que adornaban el juego en las primeras épocas. De aspecto circense, una enorme lona recubría el plato que giraban con música de organitos.
Los personajes de García Ferré, Anteojito e Hijitus, también tuvieron su lugar en la decoración de las calesitas de la ciudad. En el Parque Los Andes, Sergio del Carpo, quién adquirió la calesita en 1979, le introdujo una innovación peculiar: en el biombo pintó reproducciones de cuadros famosos, con el nombre de la obra y su autor, alternados con dibujos infantiles, y en la cenefa (el plato de arriba) reprodujo las historietas de Mafalda, junto a una inscripción que dice: “Gracias Quino”, que el mismo autor supo saludar con agrado.
“La sortija es un invento argentino”, sentencia Antonio con orgullo. La pera y la sortija parecen devenir del antiguo uso que se le daba al juego con fines de instrucción equina. Los participantes giraban en sus caballos y, con una lanza, intentaban tomar los aros que colgaban por fuera del plato. En los años treinta la sortija ya era una atracción de las calesitas argentinas. Quién saca la sortija tiene como premio una vuelta gratis y la admiración de sus compañeros de viaje. “Trato de que más o menos todos los chicos la saquen, y el que no la saca, porque es pequeño, se la alcanzó con la mano. Todos: ricos, pobres, chicos, medianos”, este es el criterio de Antonio, que sigue haciendo este trabajo él mismo y es el que más disfruta.
Vueltas por el mundo
“Un enorme plato de madera con caballos del mismo material que giraba sobre sí mismo”, así describió en 1648, un viajero inglés, Moucanys, el entretenimiento que los pobladores de Constantinopla llamaban “Maringiak”. Una obra alemana del siglo XVII también testimonia la existencia del aparato. Existe además un grabado del siglo IV, del Imperio Bizantino, en el que se ven jinetes que se balanceaban en cestos unidos a un palo central, imagen que se emparentó con el origen de las calesitas.
En 1662 Luis XIV organiza una gran fiesta popular a la que llaman “Le Grand Carrousel”, donde la atracción principal era un carrusel, entre los demás juegos. Luego de la revolución francesa, durante el Directorio, la calesita deja de ser patrimonio aristocrático para convertirse en un entretenimiento popular. La primera patente del invento, registrada en 1673 por el inglés Rafael Foliarte, dice: “Con fines de diversión y para la instrucción del arte de montar”. Las calesitas inglesas, a diferencia de las que se hicieron en la argentina, giraban en dirección de las agujas del reloj para simular el modo correcto de montar a caballo.
A mediados del S XIX, Michaux le adapta bicicletas a la calesita de Sirac, en Francia. Los clientes pedaleaban y daban movimiento al engranaje. Anteriormente las calesitas eran tiradas por un caballo. En 1870 se utiliza por primera vez la fuerza del vapor para moverlas, y su fabricación empieza a masificarse. En 1920 comienzan a adaptarse motores eléctricos en reemplazo del vapor.
Las calesitas hoy
En una nota publicada por el diario Clarín, en 1981, el periodista se lamenta: “Sólo quedan 24 calesitas en las plazas porteñas”. Un relevamiento de la Dirección General de Patrimonio, para la Secretaria de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, relevó 52 calesitas en toda la capital, incluyendo aquellas que no están ubicadas en una plaza. Tras un intento de subasta pública, 26 de ellas fueron declaradas como patrimonio cultural de la ciudad para garantizar su preservación, todas ubicadas en plazas y parques, quedando las restantes sin protección estatal. Esa es la situación de la calesita de Antonio: “Jamás, nunca tuve apoyo del gobierno”.
Las calesitas no sólo resisten al olvido del Estado, también al deterioro del tiempo y a los cambios en los gustos de los chicos. “Antes venían chicos de hasta doce años, y ahora capaz que un chico de seis ya no quiere más calesita”, reflexiona Antonio sobre el presente. Además, las calesitas por quedar desprotegidas son víctimas de ataques nocturnos: “Si no hay nadie que las cuide las roban y las rompen. En varias oportunidades les han prendido fuego”. La dificultad para la cesión de terrenos también contribuyó a que las calesitas, cada vez más, ocupen lugares marginales en los barrios.
En 1992 Antonio Barchuk compró, en 24 mil dólares, la calesita de Colegiales, ubicada a metros de la estación. Los chicos mientras dan vueltas también señalan entusiasmados el paso del tren. “Él (Eladio Rodríguez) falleció y su señora no la quería más, no podía hacerse cargo. Era mí amigo, acepté, y se la compré”, dice Antonio acerca de su llegada al barrio, “Viene mucha gente que paseó en esta calesita cuando eran chicos, y ahora traen a sus hijos. Es muy lindo, es una gran familia”. En muchos casos los calesiteros fueron los verdaderos custodios del juego y de este oficio, que supieron transmitir de generación en generación.
Muchas de las calesitas ya no están, y otras se mantienen con esfuerzo en un mundo que parece girar más rápido que sus posibilidades. Para Antonio vale la pena: “Hace 46 años que tengo calesita, y hoy no es muy rentable. A pesar del cansancio, todavía las disfruto”.
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